Admiré el amanecer
en aquella imprevista
extraña orilla del mar
y conocí sobre mis plantas
tu arenilla cálida
aferrándose a mis pies
que me impregnaba de
todo aquello que era
eso de sentirse bien.
Encerré cuantos detalles pude
del oleaje de tus pupilas,
tu bosque de lunares,
el saltamontes de tu piel.
Pero he olvidado cosas
como tu cuerpo
dormido, manso
en el océano blanco,
frente a mis dudas
de si seré suficiente,
si seré capaz.
No creí que llegaría,
al menos no pronto,
este repentino anhelo de
pensarte, buscarte,
y encontrarme, frente a ti,
refugiada en tu mirada
sabiendo que me iré
sin querer,
sin ti.
Pocos días son
los que me bastaron
para ser feliz
contigo.
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