Fui a tu casa. Por supuesto que no estabas. Me colé. Seguías sin estar allí. Me tumbé entre tus sábanas, que aún olían a ti. Miré al techo desde tu cama, poniendo mis ojos donde siempre estaban los tuyos. También rebusqué entre tus cajones. Seguía sin encontrarte. Aunque sí encontré calcetines rotos, vísceras y entretelas.
Entonces alguien abrió la puerta, eras tú. Podías verme al final del pasillo, en el dormitorio. Te acababa de encontrar, pero esa misma era tu perdición. En ese momento corrí hacia ti, me abalancé y devoré tu sangriento corazón.
sábado, 6 de octubre de 2018
Sin oxígeno
Acostumbrada a vivir sin oxígeno,
no conocía otra corriente
mas que la del pez que se muerde la cola.
Sin ver la posibilidad de infinitud en los océanos.
Sin saber qué puedo encontrar allí,
si el oxígeno o la respuesta.
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